Qué sensación tan triste es sentirse sólo, y tan bonita la de buscar cariño y ser correspondido. Desgraciadamente sólo nos damos cuenta de la importancia del afecto cuando nos falta. Aristóteles consideraba al ser humano un animal político (zoon politikon), es decir, un animal social. Para él, la felicidad sólo podía alcanzarse socialmente, en relación con los demás. No sólo el afecto es importante en la pareja,
necesitamos sentirnos importantes para otras personas: un hermano, un amigo, un familiar…
Ya en los años 30 el psicólogo americano Maslow, definió la Pirámide de Jerarquía de Necesidades, una teoría ampliamente estudiada, que plantea que tras satisfacer unas necesidades básicas (de supervivencia) van surgiendo nuevas necesidades hasta llegar a la de la “autorrealización”.
En esta pirámide las primeras necesidades a cubrir son las que están en la base: necesidades fisiológicas y de seguridad básicas como comer, dormir, respirar, un lugar seguro… Tras estas, en segundo lugar de importancia están las de socialización y afiliación: afecto, seguridad emocional, sentimiento de pertenencia a un grupo…
Esta teoría expone que si no tenemos la necesidad de afecto cubierta, no vamos a ser capaces de vivir de una forma más completa. Nos centraremos mejor en las necesidades más altas (autorrealización) cuando tengamos las necesidades relacionadas con el afecto cubiertas. Podremos tener un trabajo estupendo pero al salir de él nos sentiremos solos, una casa preciosa que solo disfrutaremos nosotros, y al final tendremos la sensación de que “nuestra mesa está coja”.
Este «sentirte acompañado» es importante a lo largo de la vida para nuestro equilibrio psicológico. Más aún en los momentos difíciles en los que hay que resolver problemas o alcanzar nuevos retos. Tener un apoyo, o varios, que nos ayuden a desahogarnos o a pedir consejo es muy importante, para conseguir que nuestras alegrías sean más intensas y nuestras penas más ligeras.
Esta toma de conciencia sobre la necesidad de afecto se hace mas clara con la edad. En la adolescencia empezamos a darnos cuenta de la importancia del grupo, de sentirnos integrados en algo, de no estar solos. En la vida adulta esta necesidad se hace más compleja con la necesidad de seguridad que nos aporta tener gente a nuestro alrededor y que hacen que sientas tu vida más completa. Por ejemplo, en general no disfrutas tanto con el coche de último modelo, sino con una buena reunión de amigos.
Además compartir nuestra vida con otras personas y pasarlo bien, hace que nuestro cuerpo segregue hormonas “endorfinas” muy relacionadas con la sensación de bienestar, que ayudan a eliminar el malestar y reducir dolores corporales. Hoy en día, en la sociedad de las prisas y el individualismo, resulta difícil mantener el equilibrio entre la autonomía y la necesidad de afecto. Muchas veces cuando llegamos a casa cansados de noche, o estamos
todo el día trabajando lo que menos nos apetece es llamar a alguien, hablar con nuestro compañero de piso o charlar sobre el día con nuestra pareja. Mirar a nuestro alrededor y tener en cuenta quién es importante, y plantearse qué perderíamos si esa persona se alejase es un ejercicio para sentir esa punzada de “Voy a llamar a fulanito… a ver cómo le va”.
No es necesario tener muchos puntos de apoyo, pero es recomendable no tener uno solo. Al igual que nuestro ritmo vital es rápido también lo es el de nuestros amigos, por lo tanto no siempre están disponibles cuando queremos. Cuantos más amigos tengamos, más posibilidades de quedar con alguno. Además la variedad de puntos de vista enriquece nuestras formas de diversión y de ver la vida.
En definitiva, sentirnos queridos y aceptados hace que nos sintamos mejor química y emocionalmente… fomentémoslo. Para eso no solo debemos esperar a ser “mimados” podemos buscar proactivamente ese cariño, ayudar a generarlo y sobre todo reforzarlo para que vuelva a ocurrir.